
En la época en la que había una computadora de pantalla verde para 15 personas, trabajé en una pequeña empresa de contabilidad que pertenecía a dos socios en la que los libros de contabilidad y otros documentos se llevaban a mano. Mi supervisor, Richard, era un tipo descarado, unos 15 años mayor que yo. Unos días era simpático y agradable; otros días era insoportable. Sin embargo, había algo en él que me gustaba mucho.
Estuve en la empresa un par de años y luego me marché, pero Richard y yo mantuvimos el contacto como amigos. Me convertí en asesor financiero, trabajando con una compañía aseguradora directa. Mientras tanto, Richard trabajaba con otro asesor. Se convirtió en socio júnior de otra empresa de contabilidad y pagaba un gran préstamo bancario. Tenía un sueldo razonable, pero gran parte de él se destinaba al pago del préstamo.
Seis años después, cuando empecé mi propio negocio y me independicé, fui a ver a Richard y le propuse que tuviéramos una charla sobre su cobertura de seguros. En esa reunión me enteré de que tenía un plan de jubilación. Por aquel entonces, podías contratar un seguro de vida dentro del plan de jubilación, y al comprarlo, obtenías una deducción fiscal por la prima que pagaras. Era una forma más barata de contratar un seguro de vida.
Richard me pidió que revisara su plan de protección. No recuerdo exactamente cuál era la prima, pero gran parte de ella se destinaba a la cobertura del seguro de vida, mientras que otra, mucho menor, iba al ahorro para la jubilación. Le dije a Richard: “Si contratas la misma póliza con esta compañía que te propongo, podemos mantener la misma proporción, pero la cobertura aumentará”. Recuerdo claramente que era una cobertura de vida de 150,000 libras (unos $195 mil USD) que subía a 600,000 libras (aprox. $777 mil USD). Richard dijo: “Muy bien, hagámoslo”. Le sugerí destinar un poco más de dinero a la jubilación, a lo que también accedió.
Cada año me reunía con Richard y discutíamos cuánto más podía pagar. La esposa de Richard, Jackie, trabajaba en un colegio supervisando a los niños durante el almuerzo, lo cual no era un trabajo bien remunerado. Cuando empezó hace casi 30 años, sus ingresos eran de unas 100 libras ($129 USD) al mes. Cuando dejó de trabajar, ganaba 250 libras ($324 USD) al mes.
Entonces, hace unos 20 años, Richard llevaba a su hijo menor, Carl, a un entrenamiento de fútbol en un club del Reino Unido. Carl tenía potencial para ser una estrella del fútbol. Jackie iba sentada delante; Carl y su hermano, Mark, iban atrás con un amigo del colegio. Richard chocó con un camión, y su esposa y los tres chicos lo vieron morir al volante. Jackie recibió las 600,000 libras de la suma asegurada del seguro de vida de Richard, así que pudimos sustituir sus ingresos, invertirlos y darle a ella los rendimientos.
Desde entonces he tramitado reclamaciones más altas y tengo clientes con millones de libras y pólizas mucho más grandes. Pero lo que hace que este caso sea más significativo es que Jackie tiene ahora un ingreso que le permite vivir. Una mujer sencilla, sin grandes pretensiones, ha podido volver a trabajar en la escuela como voluntaria sin cobrar, pagar la hipoteca y permanecer en su nueva casa en un bonito pueblo. Carl y Mark tienen pareja, y Jackie ya es abuela. Vive en el pueblo contiguo al mío.
Fue algo sencillo, revisar y reubicar esa póliza, pero si no lo hubiera hecho, no sé qué le habría pasado a Jackie. Quizá ya no tendría dinero y habría tenido que vender la casa y mudarse. Por eso es tan importante asegurarnos de que, si fallecemos antes de tiempo, nuestras familias puedan continuar viviendo de la forma en la que están acostumbradas. Nuestros cónyuges pueden seguir adelante con los objetivos, sueños y deseos que tienen para los hijos. ¿Quién no quisiera ayudarles con el depósito de su primera casa y con las colegiaturas? Vender la casa debería ser una opción para ellos, no una necesidad.
Asvin Chauhan es miembro de MDRT desde hace 26 años de Leamington Spa, Inglaterra, Reino Unido. Contáctalo en ac@ashleighcourt.com.